UN COMUNICADOR PARA LA DISRUPCIÓN

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Martín Higa

Gerente de Comunicación Corporativa del BCP (Credicorp)

Ahora que entramos al cuarto año desde que se descubrió el SARS-CoV 2, es interesante hacer algunas anotaciones específicas para los comunicadores. Debemos recordar que la humanidad entera se dio de golpe con los cambios que la digitalización puede ejercer en todos los órdenes de la vida. Poco a poco, vamos volviendo a nuestro mismo ritmo de vida.

En primer lugar, a pesar de que lo que mucho se ha hablado y escrito (incluyendo el párrafo anterior), en esencia nada ha cambiado. Y esto ya se había señalado incluso al comienzo de la pandemia, en 2020, utilizando como fuente lo que el mundo experimentó con los efectos de la mal llamada gripe española de 1918-1920, que acabó con la vida de alrededor de 40 millones de personas, en el marco además de la devastadora Primera Guerra Mundial. Las políticas sanitarias de los países y las propias costumbres de higiene personal variaron a la fuerza, se aplicó el distanciamiento social y la ventilación en salas de reuniones y salones de clase. De inmediato llegó la loca década de los años 1920, la Belle Epoque: nueva música, boom del cine y de la industria automotriz y relajación de las convenciones sociales. Una generación entera de personas pensó que había que aprovechar la oportunidad de haber sobrevivido a la gran guerra y al virus, luego pasaron los años y todo volvió a la normalidad.

En mayo de 2020, participé en foros empresariales y la conclusión abrumadora (salvo la de algunos que sí habían leído al respecto y tenían robustas fuentes de información) era que la presencialidad había muerto al fin, que la humanidad surcaba la nueva revolución industrial y que vender sólo podía ser sinónimos de clics. Recuerdo con claridad cómo se alababa a empresas como Zoom y Peloton. Esta última, que revolucionaba la manera de hacer ejercicio desde casa, con trainers conectados en tiempo real a pantallas en bicicletas y espejos, anunciaba la construcción de nuevas plantas para fabricar más líneas de montajes.

El resto ya lo saben. No pongo cifras porque en realidad cambian mucho, pero todas son negativas. Las big tech globales, desde Amazon hasta Facebook, pasando por Salesforce y Twitter, han anunciado amplios recortes de personal. El CEO de JP Morgan, uno de los bancos más grandes del mundo, casi amenazó a sus empleados para que regresen a trabajar a la oficina en el horario tradicional. Los análisis de mercado señalan que las ventas online regresaron a sus niveles previos al 2020 y Peloton… Pues el precio de su acción cotiza a una fracción que hace 3 años y ya minimizó sus planes de crecimiento.

Con esto no estoy negando las indudables ventajas de la tecnología y la innovación, sino que hago énfasis en lo peligroso que puede resultar el entusiasmo desmedido por una tendencia, sobre todo cuando se trata de fenómenos disruptivos. Y aquí entramos los comunicadores que trabajan o asesoran a empresas o instituciones públicas.

Aceptémoslo. Los comunicadores somos las ovejas negras en la mayoría de organizaciones, salvo en las agencias de publicidad o en las redacciones de medios. Estanos en inferioridad de condiciones frente a ingenieros, abogados, economistas y, peor aún, científicos de datos. Es probable que un contador sea vicepresidente de operaciones de una empresa agroindustrial o que un administrador sea gerente de un hospital, pero es difícil encontrar a comunicadores en comités directivos o como CEO de corporaciones.

Pero eso no está mal. Nuestro rol es específico y por supuesto que va más allá de producir contenido de corto plazo (discursos, guiones, notas de prensa, etc.) o atender eventos específicos. El valor real que un comunicador otorga a la organización está en su entendimiento de las diferentes aristas del contexto local y nacional. Eso le puede ahorrar muchas contingencias a la empresa y más bien incrementar su capital reputacional y de negocio en sí mismo. Los ejemplos son numerosos. Desde cómo entender el cambio en el patrón de consumo de los clientes a fortalecer lazos con los vecinos de la nueva sede central.

Un comunicador, acostumbrado a procesar un flujo permanente de información, buscará siempre un segundo o tercer punto de vista y una fuente B para contrastar posturas y episodios históricos similares. Un comunicador siempre dudará del entusiasmo unánime por una idea o del pesimismo fúnebre en una reunión. Un comunicador hubiera recomendado a algunos líderes a no enamorarse ciegamente de las bitcoin o a de los inversiones NFT. Un comunicador-asesor exigiría no perder el foco en los clientes, los trabajadores ni la sociedad, más allá de las utilidades.

Es la formación holística y humanista, que se nutre de orígenes distintos, la que hace a los especialistas en comunicación profesionales ideales para coyunturas de crisis y de cambios disruptivos.

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